Supóngase que es Usted una
persona que cumple unas importantísimas funciones en el Estado, por ostentar un
alto cargo y considera que, por cuenta de unos malquerientes, se han ventilado
informaciones falsas, deshonrosas y calumniosas sobre su proceder. ¿Usted
renunciaría a su cargo?
Supóngase que esta serie de
injusticias sistemáticas que se ciernen sobre su cabeza, no son coherentes con su
carrera pública y, en tal sentido, su derecho al buen nombre y su prestigio se
verían seriamente comprometidos si sus malquerientes consiguen su cabeza.
¿Usted renunciaría a su cargo?
Supóngase finalmente que esas
falsas informaciones que todo el mundo tiene por verdaderas riñen abiertamente
con las funciones y con los derechos que Usted ha jurado garantizar ¿Usted
renunciaría a su cargo?
Este es seguramente el dilema que
deberán atravesar varias personas cuyas carreras se han visto empañadas con
denuncias sobre corrupción o sobre conductas impropias producto del abuso de su
posición privilegiada.
Una alta dignidad del Estado no
sólo representaría un honor para quien la ejerce. Representa, sobre cualquier
cosa, una altísima responsabilidad de quien la ostenta. Esa altísima
responsabilidad que se ha jurado cumplir a los ciudadanos, a veces puede resultar
incompatible con los derechos al buen nombre y a la defensa que personalmente
le corresponden.
Por eso, aun cuando dentro de sus
más íntimas convicciones sean absurdas y falsas las informaciones que se hacen,
es preciso actuar no a título personal, sino en virtud de la investidura que se
ostenta.
En este país, en donde el
servicio público corresponde la mayoría de veces, más bien a un sistema bien
organizado de privilegios personales, la renuncia a un cargo público no es una
opción y los derechos personales se usan como escudo en contra los ataques
fundados o infundados.
Antes de aceptarse o de
postularse para un alto cargo público, una persona debería reconocer que se
está asumiendo un riesgo considerable de ceder parte de sus derechos personales.
La virtud cívica al aceptar un
cargo público, se entendería materializada cuando un ciudadano que acepta
servir a los demás, está dispuesto a dejar sus privilegios y sus honores,
cuando quiera que se advierta mancha que opaque su cualidad moral para ejercerlo.
Entiendo, sin embargo, que existe
una delgada frontera entre la virtud ciudadana de mantener incólumes las
instituciones ante ataques personales, y la templanza para mantenerlas en pie
ante ataques propios de su investidura.
Si Usted acepta un alto honor en
el Estado debe entenderse que éste sólo tiene como fin el servicio a sus
conciudadanos, y aun cuando producto de una situación injusta, se pierda la
facultad de servir a sus conciudadanos, Usted sólo se queda con el alto honor
(privilegio). Esto resulta, a todas luces, contrario a la lógica. Luego Usted,
entonces, debería renunciar y utilizar el ámbito personal, para defender sus
derechos personales.
Creo que el magistrado Pretelt
debió haber renunciado hace mucho tiempo a la Corte Constitucional y el
Defensor del Pueblo debería hacerlo pronto.
Popayán, 27 de enero de 2016
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