Producto de nuestras interacciones como seres humanos hemos
creado un sinnúmero de instituciones sociales. Los científicos se han esforzado
por buscar las características principales de esas instituciones y por
encontrar leyes universales que puedan explicarnos y predecir su
funcionamiento.
Me refiero a instituciones sociales como el matrimonio, el
Estado, el mercado, etc. No podría suponer cosa diferente a que, a través de
los años de relaciones humanas, estas instituciones se han perfeccionado con el
exclusivo propósito de servir al ser humano.
Sería improbable que aquellos animales que son sociables por
naturaleza, organicen sus comportamientos grupales de tal suerte que tales
comportamientos se vuelvan contra ellos mismos.
El ser humano sería el único que puede “personificar” esas
instituciones y otorgarles condiciones privilegiadas. En el Siglo XVII, cuando apenas empezaron a
formarse las sociedades comerciales, aquello parecía contrario a la naturaleza.
Se preguntaban entonces ¿Cómo era posible que una nueva persona naciera a
partir del acuerdo de voluntades individuales y mucho menos cómo esa nueva
persona podría tener derechos y obligaciones diferentes a las de las personas
que les dieron origen?
Hoy en día, no podríamos concebir nuestro sistema de
producción sin la intervención de las sociedades comerciales, como también
difícil nos parecería concebir una sociedad sin Estado (hasta los anarquistas,
propugnan un Estado mínimo), o sin matrimonio (o los efectos sociales y
jurídicos que produce la unión de parejas). No podríamos ni siquiera
imaginarnos una sociedad sin mercado. Ni los estados que han adoptado un
sistema de economía centralmente planificada pueden funcionar sin observar las
leyes de la oferta y la demanda.
Pero, así como en las historias que han materializado
nuestros más profundos temores, esas en las que los inventos se vuelven contra
los inventores, como en la del Aprendiz
de Mago, la del Dr. Viktor Frankenstein, la de Neo contra la Matrix, la de Sara
y John Connor en Terminator, así como en esas historias, nuestras instituciones
pierden su razón de ser. Prefieren ser ellas un fin en sí mismas; por encima de
los individuos que las crearon.
Hasta nos ha tocado crear otras instituciones que nos
protejan de nuestras creaciones (como en Terminator). Por ejemplo el derecho
administrativo y el derecho penal como protección del individuo frente al poder
del Estado.
La libertad parecería ser algo limitado, algo escaso. Un
poco más de libertad de unas personas, dejan un poco de menos libertad a otras.
Lo que me lleva a pensar que cuando existen sociedades comerciales con más
dinero y más poder que muchos Estados, no encontramos respuestas de éstos
frente a las reclamaciones de libertad absoluta de aquéllos, ¿qué podríamos
esperar los individuos?
Es más importante tener mercados sanos, que individuos
satisfechos. ¿Qué importa si hay gente que muere de hambre, mientras haya
confianza de los inversionistas en un mercado?
Popayán, 16 de marzo de 2016
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