Cuatro son las
virtudes cardinales que, según Platón, debía tener un ciudadano: La justicia,
la fortaleza, la templanza y la prudencia. También fueron recogidas por
Aristóteles y, luego llevadas a la teología por Santo Tomás.
No sé si podría
considerarse como una virtud, o como una materialización de la fortaleza y la
templanza, pero creo que si hay una cualidad por la que tengo una gran
admiración es la coherencia.
Esa coherencia
que exhiben ciertas personas no se reduce a la testarudez, ni tampoco a la
necedad de permanecer en la mentira, cuando la reflexión y la razón han llevado
a otras conclusiones. La coherencia se manifiesta, incluso, abjurando de
ciertas concepciones cuando ellas contradicen a los principios.
Y en ello radica
la coherencia, pienso yo: en mantenerse fiel a los principios; sean
cualesquiera que sean.
Se ignora si las
virtudes pueden ser aprendidas o enseñadas. Con la coherencia ocurriría lo
mismo. Sin embargo, yo sí creo que debe existir una inclinación innata que haga
efectivo su desarrollo. Como el futbolista o como el músico, que no tienen un
talento natural, y que sin embargo pueden aprender a jugar y a tocar el piano,
pero seguramente no serán lo suficientemente buenos como aquéllos que tienen
ese don.
La coherencia, al
igual que la templanza, no permitiría que el discurso se contagie de las
veleidades del poder, o del favor popular. Por eso reconozco en Bernie Sanders,
a una persona que tiene esa cualidad: la coherencia. Esa que es tan necesaria
en la política, para que sea de verdad política; para que la política deje de
ser el simple cálculo electoral y permita la contraposición de ideas y de
propuestas.
Sanders
seguramente será derrotado en las primarias de su partido, pero habrá puesto en
la democracia estadounidense un hito muy alto en el debate, y aún más cuando
del otro lado se encuentran personas que no gozan de la coherencia, ni de la
templanza, prudencia, ni mucho menos, de la justicia, como me parece que ocurre
con Donald Trump.
Las posiciones de
Sanders son tan válidas allá como aquí: debemos preguntarnos hasta dónde es
deseable que el capital participe e, incluso, desplace a la democracia. Si el
sistema sobre el que nos educamos y que sustenta el poder político y económico
resulta justo con la distribución de la producción; preguntarnos si las
consecuencias actuales del crecimiento económico sobre el medio ambiente acrecientan
la injusticia.
Aquí en Colombia
hemos tenido nuestros propios Sanders, pero parece que aún estamos muy Rápidos
y Furiosos, para un Abrazo de la Serpiente.
Popayán, 2 de marzo de 2016
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