En un sistema de
mercado existen varios elementos que deben observarse necesariamente. Uno de
ellos, quizá el más importante, es que todas las cosas tengan dueño, o que
sobre todas las cosas exista algún mecanismo de apropiación, de tal suerte que
podamos excluir a otros de su uso o de su consumo.
Cuando tal cosa no es
posible, hablamos de un bien público y, en consecuencia, de un fallo del
sistema de mercado. Un bien público se caracteriza porque no es posible excluir
de su consumo a otras personas y, además, por el consumo que se haga de él, no
altera las cantidades disponibles para otras personas.
El ejemplo por
antonomasia es la luz solar. Es imposible excluir a otros de su uso y la mayor
cantidad de luz solar que yo recibo cuando salgo a la calle, no agota las
cantidades disponibles para los demás.
Los bienes públicos
puros, cumplen todas esas condiciones, pero hay otros que, siendo públicos, no
son tan puros.
Las procesiones de
semana santa son un buen ejemplo para explicarlo. Organizar la procesión, las
andas, los santos, las reliquias, los músicos, los vestidos, etc., eso tiene un
alto costo. Sin embargo, muy pocas personas estarían dispuestas a compensar
esos costos con dinero por ver el desfile desde la calle, pues resultaría casi
que imposible privar a otros de presenciarlo y, la mayor cantidad de personas
en las calles (hasta cierto punto) no disminuye la cantidad del desfile que
pueda disfrutar.
Aquí es donde
empiezan a realizarse una serie de maniobras, artefactos, invenciones o
mecanismos para excluir a algunos, de ciertos beneficios. Desde cifrar las
emisiones en el espectro electromagnético, hasta simplemente instalar
graderías, para el caso de las procesiones. Ambos son mecanismos de exclusión.
Supongo que el dinero que pagan las personas por utilizar las graderías,
compensa de algún modo los costos de la producción de las procesiones.
¿Pero qué ocurre si
hay personas que tienen la posibilidad de vender esa clase de exclusiones, pero
con ello no se compensan los costos para la creación de ese bien público?
Por ejemplo, si tengo
la suerte de tener el uso exclusivo de una casa con balcones que dan a la calle
por donde pasarán las procesiones y dado que puedo dejar sólo para mí los
recursos obtenidos, ¿acaso no estaría apropiándome de una parte de los costos
en que incurrieron los organizadores? Creo que evidentemente sería así.
Hace algún tiempo leí
que una compañía europea envasaba agua de mar en cajas de cartón para venderla
a la industria gastronómica y ahora parece que la práctica está más extendida
por unos supuestos beneficios a la salud ¿De quién es el agua del mar, para que
alguien pueda tomar propiedad sobre ella y venderla?
Popayán, 20 de abril de 2016
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