jueves, 20 de agosto de 2015

John Manuel Snow

Advertencia. Esta no es una defensa a Juan Manuel Santos. Sí es una defensa al proceso de paz.

En la popular serie de HBO Game of Thrones, John Snow es el hijo extramatrimonial de un hombre de la nobleza, que se incorpora a un ejército llamado La Guardia de la Noche. La misión de este ejército, desde hace cientos de años, es mantener alejados a los hombres salvajes y otros seres, que son enemigos de los hombres de los siete reinos. Estos últimos obedecen a leyes y a reyes.

Los hombres salvajes han robado, matado, destruido, usurpado tierras. No observan leyes ni tienen estados; se consideran libres para pensar y para actuar y por eso no reconocen el poder de los reyes. Tampoco tienen fuertes instituciones sociales como el matrimonio, pero buscan en conjunto su beneficio  común. Los salvajes tienen un enemigo con poderes extraordinarios: Los Caminantes Blancos, que son una suerte de muertos vivientes.

Los Caminante Blancos, por su parte,  tampoco distinguen de entre sus enemigos, a hombres salvajes, de hombres de los siete reinos y su poder se acrecienta con el invierno, porque su medio natural es el hielo.

Teniendo en cuenta que el invierno se aproxima y que los caminantes blancos no pueden ser enfrentados sin la unión de todos los hombres, John Snow, una vez elegido como comandante por la mayoría de sus compañeros de armas, deja atrás siglos de luchas y luego de reunirse con los jefes de los salvajes, les abre las puertas de la muralla que divide a los salvajes de los hombres de bien y les permite la entrada a su fortaleza militar.

Muchos soldados de la Guardia de la Noche ven esto como una traición a los principios y a los juramentos que John Snow celebró cuando se unió a ese ejército y deciden tenderle una trampa que lo lleva a un lugar donde se lee la palabra TRAIDOR y proceden, cada uno de los presentes, a clavarle sendos espadazos en el vientre.

Traidor. Ese también es el adjetivo con el que muchos califican al presidente Juan Manuel Santos. Muchos consideran que abrir las puertas del diálogo con los “salvajes” de las FARC, con todos los atropellos, vejámenes, violaciones y actos abominables que han realizado es eso precisamente: traición.

Sin embargo ambos: guerrilleros “salvajes” y colombianos que obedecemos las leyes tenemos enemigos en común. La guerra, la pobreza, la desigualdad, el triunfo de las corporaciones y otras instituciones humanas sobre el individuo. Todos estos enemigos, con poderes sobre naturales  viven de la muerte, como los muertos vivientes.

La guerra es un ser sobre natural. Es autótrofo, porque genera su propio alimento. Cada muerte, cada combate, cada herido deja más ganas de pelear y de vengar y de matar y de odiar y de separar a salvajes de hombres de bien.

La única forma de darle solución a la guerra es el diálogo. Sin embargo también debe reconocerse que para que haya diálogo sólo se debe exigir una cosa: voluntad y en esto las FARC no han demostrado mucha avenencia.

Tras el último episodio de la última temporada que ha sido transmitida de The Game of Thrones, un revuelo en redes sociales se ha causado lamentando el destino del personaje John Snow. Es, sin duda, un personaje que atrajo la atención de los televidentes. Creo que si no todos, sí la gran mayoría nos sentíamos identificados con los planteamientos de John Snow y su propuesta de paz con los salvajes, en el curso de la serie.

¿Qué es lo que nos lleva a sentirnos identificados con sentimientos de paz en una serie de televisión y que no podemos llevarlos a la realidad? ¿Por qué nos sentimos más atraídos por el pasado, la venganza o la muerte?


En la realidad, abrir la puerta a los “salvajes” sí que nos cuesta.

De Picos y Placas

Desde hace ya bastante tiempo venía proponiendo entre amigos, que el pico y placa en Popayán debería obedecer a criterios de justicia tributaria y de igualdad material, lo que se lograría teniendo en cuenta el lugar en donde están matriculados los vehículos.
Lo anterior, en razón a que a partir de una observación simple me surgía la hipótesis que los carros matriculados en Popayán podrían ser, en el mejor de los casos, la mitad de los que diaria y habitualmente circulan en la ciudad.
Por eso, entre el 13 de abril y el 2 de mayo de 2015 y en días diferentes, me di a la siguiente tarea: le dicté a mi celular el lugar de matrícula de 223 vehículos que vi en varios sitios de Popayán y a diferentes horas: En el centro, en la Esmeralda, en el Barrio Bolívar, en la carrera novena desde la calle 11 hasta la glorieta de Brisas. No tuve en cuenta placas de servicio público, ni placas oficiales. Sólo conté una vez por horario y por sector, para poder tener una muestra lo más aleatoria posible. Después de tabular, el resultado es el siguiente: matriculados en Popayán: 36.32%, en Cali: 21.08%, en Timbío: 16.14%, en Bogotá 6.28%, en otros lugares: 22.87%.
En conclusión la mayoría; esto es el 63.68% de los carros que observé no están matriculados en Popayán. Si asumiéramos que la muestra es representativa de los vehículos que habitualmente transitan en la ciudad, una política de restricción de uso del carro particular que obedeciera a criterios de justicia e igualdad, como lo propongo, debería tener en cuenta que estos vehículos no tributan en la ciudad y que, pese a ello hacen igual uso de la infraestructura vial.
No sé si fenómenos como el que presento, existen en otros lugares; sin embargo llama la atención que en Cali acaban de modificar la restricción para que los vehículos matriculados fuera de esa ciudad tengan pico y placa todo el día, en los días que les corresponda, mientras que los matriculados en Cali, sólo entre horas pico.
Yo propondría algo más radical para Popayán: tener una medida de pico y placa que restrinja el uso del carro de acuerdo a los días. Días pares, placas pares y días impares, placas impares. De la medida del pico y placa deberían estar eximidos todos los vehículos matriculados en Popayán.
De esta manera habría una doble consecuencia para la ciudad: Se generaría un incentivo para que los propietarios de vehículos que transitan habitualmente por la ciudad trasladen sus cuentas a Popayán y se mejoren así las rentas sobre el porcentaje que le corresponde al municipio por el recaudo del impuesto de circulación.
De otro lado, y a pesar de la exención del pico y placa a los vehículos matriculados en Popayán se mejoraría el flujo de carros que habitualmente transitan con la actual medida de pico y placa, porque hoy, cada día, se afecta un 20% de los vehículos, mientras que con esta propuesta se afectaría al 31.84% de los carros sin que las personas que residen en Popayán y tributan en Popayán se vean afectadas en lo más mínimo.
Debo aclarar que, en todo caso, no creo que los incentivos y desincentivos de política pública para usar el carro particular, consistan únicamente el “temor” a la imposición de una sanción.
Otro aspecto de resaltar es que ante fenómenos particulares como el estaría presentando la ciudad con las matrículas de los carros, las respuestas que debería brindar la administración deberían también ser particulares y no iguales a las del resto del país.

Hago un llamado a las autoridades, pues, para que se realice un estudio sobre este fenómeno socio económico que afronta la ciudad y se tomen determinaciones que respondan a este tipo de problemas.

Gorreros

Alguna vez leí que la expresión “vivir de gorra” viene del hecho de pedir dinero en las calles ofreciendo la gorra a suerte talego. De hecho, la Real Academia Española reconoce la palabra gorrero como “persona que vive o come a costa ajena”

Como gorrero encontré traducido el término “free rider” con el que se conoce en economía el problema de la toma de beneficios de bienes públicos sin pagar por ellos. Los bienes públicos puros son aquellos que cumplen estas dos condiciones: es imposible limitar el acceso a alguna persona y, la mayor cantidad que se consuma no afecta las cantidades disponibles para otros.

Entonces el “free rider” o el gorrero, aunque no pague, puede beneficiarse de los bienes públicos, porque es imposible que le impiden gozar del mismo. Piénsese, por ejemplo, en el arreglo de la calle principal de un vecindario. Todos los vecinos pagan para arreglarla, pero hay uno que decide no hacerlo y sin embargo puede beneficiarse de una calle mejorada para entrar a su propiedad.

Este problema se ha estudiado también en el ámbito de la filosofía política: ¿Existe un deber moral de cumplir las normas? El filósofo H.L.A Hart, proponía que en tanto yo me beneficie con el cumplimiento de las normas por parte de otros, estoy obligado moralmente a cumplir las mismas normas.

Y es que el cumplimiento de las normas implica un costo. Desde el costo directo del pago impuestos, hasta el indirecto de pagar un parqueadero para no hacerlo en una zona prohibida de la calle, por ejemplo.

El costo de cumplir las normas nunca desaparece, aun cuando quien está obligado a cumplir una norma no lo hace. Lo que ocurre es que quien incumple la norma, traslada su costo a las otras personas que sí cumplen.

Si una sola persona incumple una norma, ese costo se diluye tanto, que resulte casi imperceptible, pero no por ello moralmente permitido y si el incumplimiento es generalizado, los costos socializados son tan altos que se genera ineficiencia.

Por ejemplo, Que mucha gente se cole en Transmilenio, no sólo perjudica a la empresa. Perjudica también a todas las personas que sí pagan, porque todos los mecanismos que se utilizan para restringir el acceso son costosos y esos costos se trasladan al precio de cada pasaje.

Es posible que yo obtenga beneficios cuando hago del espacio público mi taller particular para carros, cuando vendo frutas en un andén, cuando parqueo gratis en la calle, cuando recojo pasajeros en sitios que no corresponde, cuando tomo una mototaxi…

Pero una buena parte de los costos necesarios para obtener esos beneficios se trasladan a los demás; es decir son a costa ajena lo que no me alejaría de aquél que vive de gorra.

Historia de la Moneda en Colombia

Guillermo Torres García, un economista que hacía parte del Departamento de Investigaciones Económicas del Banco de la República, en 1945 publicó “La historia de la moneda en Colombia”. Este libro es referente en materia de historia monetaria y bancaria en Latinoamérica.
Es un libro escrito desde las tendencias principales económicas de mediados del siglo XX. Esto es, la ortodoxia anterior a la finalización de la segunda guerra mundial y, por supuesto, anterior de los acuerdos de Bretton Woods, donde se establecieron los principios económicos y monetarios que rigieron buena parte del siglo XX y las instituciones que hasta hoy dirigen nuestros destinos en materia financiera: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Esta introducción la hago para contextualizar la siguiente descripción que hace Guillermo Torres García del papel moneda:
“Consiste ésta en los billetes emitidos por el Estado y elevados a la categoría de moneda, o en los billetes de banco declarados inconvertibles y con poder liberatorio. No constituye a pesar de ser moneda, un sistema monetario normal, sino más bien un expediente financiero para determinadas épocas de crisis.
El papel moneda ha sido casi siempre la necesaria resultante de ciertas dolencias económicas o fiscales de los pueblos; él obra, por consiguiente, sobre organismos financiera o económicamente enfermos.”
Ciertamente, cómo podría imaginarse Guillermo Torres García que, un año después de la publicación de su libro y, gracias a los acuerdos de Bretton Woods el papel moneda colombiano sólo sería convertible en dólares de los Estados Unidos y que sólo 33 años después, en 1975, ni siquiera en dólares.
En otros tiempos, los billetes contenían la obligación de ser pagaderos en oro al portador. “El Banco de la República pagará al portador 20 pesos oro”, decían los billetes que tenían al Sabio Caldas sosteniendo un globo terráqueo.
Ahora, la moneda en Colombia por virtud de la Ley 31 de 1992 es de curso legal y tiene poder liberatorio ilimitado; es decir, es inconvertible y extingue cualquier obligación.
El Banco de la República, Institución que, por la misma ley, tiene la función de emitir el papel moneda, a lo mucho tiene la obligación de convertir sus billetes en otros billetes más nuevos o en monedas para dar vueltas.
Es curioso cómo aquello que los economistas consideraban en 1945 como propio de organismos financiera o económicamente enfermos, sea el modelo monetario que actualmente adoptaron todas las economías del mundo y, al que los economistas de hoy no encuentran ninguna objeción.

domingo, 9 de agosto de 2015

“Si yo de lo que soy partidario es de que no digan mentiras.”

Esto le dijo el expresidente Darío Echandía a Margarita Vidal en una entrevista que le hizo en 1979, en la que realizó manifestaciones que podrían interpretarse como de abjuración a su militancia en el Partido Liberal. Bueno, en realidad, abjuró de la política.
Entre otros argumentos en los que apoyaba su crítica, destacaba el maestro Echandía la falta de congruencia de las tesis de partidos, con lo que en la realidad representaban. “Este es un país muerto de hambre, aquí no hay ideologías sino rapiña por los empleos, porque la gente no quiere morirse de hambre.”, decía en la entrevista.
Pese a que aquéllas son palabras de hace 35 años, de un político de hace 60, parece que hubiesen sido dichas ayer. No basta, sino mirar los nombres de los partidos políticos en Colombia para saber que nos están mintiendo. El Centro Democrático: no es de centro, ni mucho menos democrático; Cambio Radical: no propone ningún cambio, menos radical; Partido de la U: Es el actual partido político presidido por Roy Barreras (ya con eso digo todo; osea nada); el Partido Liberal (del que hablaba el maestro Echandía): no es ni liberal, ni social demócrata ni nada. Lejos de proclamar las libertades, algunos de sus militantes las condenan detrás de una Biblia. Hoy, de la mano Luis Pérez, busca vergonzosamente la Alcaldía de Medellín. El partido Conservador lo único que ha perseguido conservar son los puestos y contratos y en Popayán, al menos, nunca pudo –o quizá nunca lo buscó- dar una orientación y orden a esta ciudad.
Pero claro. ¿Qué se puede esperar de unos candidatos que, en lugar de contarnos cuáles son sus ideas sobre la ciudad, andan dizque recogiendo ideas y escuchando a la gente? (las gentes, dicen acá)
En época electoral los que tenemos que escuchar somos los electores y quienes tienen que proponer ideas son los candidatos. Se supone que llegan a una candidatura porque consideran que tienen cosas por decir; cosas para proponer, o críticas de lo que se ha hecho…
Bien lo decía Echandía: El poder para qué. Y explicaba: “... Y uno, si pide que lo elijan, debe decir para qué, qué es lo que va a hacer con el poder. Esa es la base. ¡Pero si es la cosa más elemental del mundo! En todo país civilizado, quien se presenta a una lucha electoral, lo primero que dice es lo que hará si lo eligen.”
Pero de esto nada se ha escuchado aún. Los programas que debieron inscribirse reposan en algún cajón en la Registraduría y de sus contenidos no sabrá nada la mayoría de los que pensamos salir a votar en Octubre.
Sin embargo, alguna orientación deberían darnos los partidos políticos que dieron avales a los candidatos. El aval significa co responsabilidad en una obligación y por ello sería deseable tener partidos con ideologías muy bien definidas. Pero ante su ausencia, yo, como dijo el célebre maestro Echandía, “de lo único que soy partidario es de que no se digan mentiras.”