Hoy que, gracias a su beatificación, han salido tantas noticias del Papa Juan Pablo II, les comparto un texto que escribí después de su muerte en 2005.
Para ir al cielo y para ver al Papa, hay que estar limpios. No sólo de corazón.
El 3 de Julio de 1986, Juan Pablo II pasaba muy orondo por las calles maltrechas de Popayán, pues a pesar de que ya habían pasado más de 3 años del terremoto, la ciudad no se habían recuperado del todo (de hecho, hoy 22 años después podemos encontrar signos visibles de aquel desastre). Tendría entonces, 7 años y recuerdo que adecuaron un sitio muy especial para que el Santo Padre celebrara una eucaristía. Aquellos sitios eran para mí completamente desconocidos. Popayán, para mí, se acababa en el Terminal de Transportes hacia el norte y en la piedra sur hacia el sur.
Presidentes, deportistas, líderes políticos y religiosos del mundo tuvieron la oportunidad de cruzar palabras con él. Los que menos, lo vieron en una de las 104 viajes que hizo o en las 580 ciudades que visitó. Así lo habrían visto muchos patojos de entonces, cuando pasando por las calles del centro o de la galería de la Esmeralda pudieron haber recibido una bendición a lo lejos.
En mi casa de entonces, recuerdo, habían llegado unas monedas que habían sido acuñadas en conmemoración de la visita del Papa a Colombia pero al Papa, no recuerdo haberlo visto.
Higuita lo vio; el Presidente lo recibió; Schumaher, hace poco, tuvo audiencia con él; mi papá, mi mamá y mi hermana que entonces tendría 1 año también lo vieron (aunque mi hermana no lo recuerde), mis tías y mis abuelas; hasta mis primas no se quedaron en casa esa mañana. Popayán lo vio. “yo lo pillé en Deportivos Patiño” me dijo un amigo mientras veíamos uno de los funerales más mediatizados de los últimos años.
Pasó sobre las ruinas de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Las calles vieron entonces por primera y única vez, un papa-móvil y a su paso se bautizó una calle de Popayán; calle que ha recibido, entre otros, personajes de la talla de Don Jorge Barón y su Show de las Estrellas.
Que haya estado en mi ciudad un personaje que llenará con sus hechos los libros de historia en los que nuestros hijos estudiarán, que desde ahora se considera Magno como San Gregorio; que muy seguramente será beatificado y posteriormente canonizado, es motivo de gran desilusión.
Desilusión porque recuerdo que esa mañana cuando llegaron mis papás a recogerme para ir a “ver al Papa” no me llevaron porque, recuerdo que me dijeron: “¿cómo así? ¿aún no se ha bañado?, pues no va a ver al Papa”.
Christian Joaquí
Bogotá D.C., 3 de abril de 2005
Para ir al cielo y para ver al Papa, hay que estar limpios. No sólo de corazón.
El 3 de Julio de 1986, Juan Pablo II pasaba muy orondo por las calles maltrechas de Popayán, pues a pesar de que ya habían pasado más de 3 años del terremoto, la ciudad no se habían recuperado del todo (de hecho, hoy 22 años después podemos encontrar signos visibles de aquel desastre). Tendría entonces, 7 años y recuerdo que adecuaron un sitio muy especial para que el Santo Padre celebrara una eucaristía. Aquellos sitios eran para mí completamente desconocidos. Popayán, para mí, se acababa en el Terminal de Transportes hacia el norte y en la piedra sur hacia el sur.
Presidentes, deportistas, líderes políticos y religiosos del mundo tuvieron la oportunidad de cruzar palabras con él. Los que menos, lo vieron en una de las 104 viajes que hizo o en las 580 ciudades que visitó. Así lo habrían visto muchos patojos de entonces, cuando pasando por las calles del centro o de la galería de la Esmeralda pudieron haber recibido una bendición a lo lejos.
En mi casa de entonces, recuerdo, habían llegado unas monedas que habían sido acuñadas en conmemoración de la visita del Papa a Colombia pero al Papa, no recuerdo haberlo visto.
Higuita lo vio; el Presidente lo recibió; Schumaher, hace poco, tuvo audiencia con él; mi papá, mi mamá y mi hermana que entonces tendría 1 año también lo vieron (aunque mi hermana no lo recuerde), mis tías y mis abuelas; hasta mis primas no se quedaron en casa esa mañana. Popayán lo vio. “yo lo pillé en Deportivos Patiño” me dijo un amigo mientras veíamos uno de los funerales más mediatizados de los últimos años.
Pasó sobre las ruinas de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Las calles vieron entonces por primera y única vez, un papa-móvil y a su paso se bautizó una calle de Popayán; calle que ha recibido, entre otros, personajes de la talla de Don Jorge Barón y su Show de las Estrellas.
Que haya estado en mi ciudad un personaje que llenará con sus hechos los libros de historia en los que nuestros hijos estudiarán, que desde ahora se considera Magno como San Gregorio; que muy seguramente será beatificado y posteriormente canonizado, es motivo de gran desilusión.
Desilusión porque recuerdo que esa mañana cuando llegaron mis papás a recogerme para ir a “ver al Papa” no me llevaron porque, recuerdo que me dijeron: “¿cómo así? ¿aún no se ha bañado?, pues no va a ver al Papa”.
Christian Joaquí
Bogotá D.C., 3 de abril de 2005
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