sábado, 12 de septiembre de 2015

Uber y mototaxismo

Estos dos fenómenos sociales y económicos llaman la atención por estos días. Y aunque de formas distintas, ambos refieren al mismo problema: deficiencias en la regulación del servicio público de transporte en las ciudades de Colombia.

Empecemos por decir que el Estado ejerce una fuerte intervención en este servicio, toda vez que corresponde a uno de naturaleza pública, en tanto que interesa a todos los miembros de la sociedad.

La intervención, cuando no tiene en cuenta a los elementos que configuran el mercado (precios, cantidades, oferta, demanda, elasticidad, entre otros) genera ineficiencias y, en virtud de ellas, también mercados negros, como paso a explicar.

Los mercados negros se caracterizan por la ilegalidad o la clandestinidad en la que operan ofertores y demandantes; por ejemplo: Un partido de fútbol de la Selección Colombina tiene cantidades limitadas de tiquetes. Si la demanda por esos tiquetes supera las cantidades limitadas, por regla general, los precios de esos tiquetes van a subir y ello induce a que se dé una reventa. Esta reventa podría considerarse un mercado negro, cuando ésta está prohibida.

Así mismo, son limitadas las licencias o los cupos que concede el Estado a quienes quieren prestar el servicio de transporte público individual (taxi).

Siendo el cupo un bien cuyas cantidades son limitadas, ante el aumento de la demanda de servicio público, aumentará también la demanda por cupos o licencias y ello implica el aumento de su precio. Sin embargo, como en la reventa de tiquetes, ese aumento no representa un incremento en lo que recibe el organizador del partido; o lo que recibe el Estado.  Ese aumento sólo representa un enriquecimiento para el dueño del cupo.

Fácilmente podríamos decir que un taxi (con cupo) en las actuales condiciones cuesta alrededor de 100 millones de pesos. Entonces cuando tomamos ese servicio estamos pagando por ambos costos: por el vehículo y sus respectivos costos y por el cupo. Entonces, estamos pagando un servicio de 100 millones, cuando en realidad nos beneficiamos de uno de 35 millones en el mejor de los casos, o de menos, cuando el servicio se presta en vehículos viejísimos, en malas condiciones, muy pequeños, sin posibilidad de maleteros (que sucede en la mayoría de casos)

Y aquí radicaría el éxito de Uber en Colombia: que presta un servicio cuyo valor resultaría más cercano a su costo real.

Sucede lo mismo con el mototaxismo. Los usuarios de ese servicio pagan una menor cantidad de dinero, por el servicio que requieren, y aunque transfieren parte de sus costos a todos los demás miembros de la sociedad (en forma de riesgo), debe reconocerse que los recursos se utilizan de forma más eficiente, pues ¿para qué destinar tantos recursos (combustible, tiempo, espacio público) para transportar una sola persona?

Creo que lo malo del mototaxismo es el mototaxista. Ese que no sabe conducir; que ignora las normas tránsito; que es negligente, que no está bien educado.


La solución debe empezar por reconocer las deficiencias regulatorias y proceder a determinar un mecanismo que haga compatible la oferta y la demanda, con la regulación, vigilancia y control de un servicio público.

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