viernes, 10 de abril de 2015

LA REVOLUCIÓN SILENCIOSA DE ISLANDIA


Islandia es un país quizá un poco más grande que Popayán, si lo comparamos desde su población. No obstante, ha sido una de las economías más grandes del planeta y, como todas ellas, se vio afectada por la crisis mundial del 2008, detonada por la quiebra de Lehman Brothers.

Islandia enfrentó la crisis de manera bastante diferente a como ordenaba la ortodoxia  del Banco Central Europeo y aunque sus medidas enfrentaron no pocos rechazos y significaron sacrificios al interior de ese país durante los años 2009 y 2010, los resultados de sus políticas monetarias y fiscales parecen no sólo ser verdaderas soluciones, sino radicales.

Contrario a lo que se hizo en el resto del mundo, el gobierno de Islandia sometió a plebiscito la propuesta de no rescatar con dinero público, los bancos privados. La propuesta fue acogida por el pueblo y se actuó de conformidad, a despecho y enfado de los grandes bancos privados alemanes y suizos que contemplaban dicha solución, como contraria a los intereses de sus accionistas.

La medida resultó compatible con el Estado Social y sus garantías a los individuos. El dinero presupuestado para gasto público en educación y seguridad social no se utilizó para cubrir las pérdidas de los bancos. Éstas, debían ser asumidas por los propios accionistas, como correspondería a cualquier otra industria y algunos banqueros tuvieron que responder penalmente.

La revolución financiera no para ahí. La medida más significativa; la más revolucionaria; la que personalmente considero de mayor importancia, no sólo para los islandeses, sino para el resto del mundo, parece que está por venir.

La semana pasada el Partido Progresista que gobierna Islandia presentó al Parlamento un proyecto para terminar con la facultad que tienen los bancos privados de crear dinero y que esa facultad sea exclusiva del Banco Central.

Y aunque parezca poco creíble, eso es lo que sucede y ha sucedido en los últimos casi 70 años: la banca privada crea la mayor parte del dinero que utilizamos para nuestros intercambios. El Banco Central sólo es responsable de la emisión primaria de moneda, que representa menos del 10% de lo que utilizamos.

Tener una moneda soberana y pública podría crear verdaderos incentivos de generación de riqueza y limitaría la concentración de la misma; asimismo podría aumentar la competencia en el sector financiero.

De ser acogida por el parlamento de Islandia la revolucionaria propuesta de su gobierno, el control de la producción de dinero pasaría a ser enteramente estatal, mientras que los bancos privados, serían unos verdaderos intermediarios entre el ahorro y el crédito; entre el superávit y el déficit de liquidez.

Esta propuesta marca, sin duda, el primer paso hacia un cambio de magnitudes históricas del que es necesario que todos seamos conscientes, porque debemos exigir a nuestros representantes en el legislativo un análisis de fondo de nuestro sistema monetario.

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