jueves, 20 de marzo de 2014

¿Para qué votar?



Recuerdo, hace ya varios en Popayán, un lunes después de elecciones, tomé un colectivo para ir a la universidad. Cuando pasábamos por el Hospital San José escuché una conversación de dos personas que estaban justo detrás de mí. El uno le preguntaba al otro que si había salido a votar. El otro contestó que no; que para qué si de todas maneras le tocaba levantarse al otro día a trabajar.

Esa conversación no la he olvidado y recuerdo que la critiqué inmediatamente, en su sentido literal. Pensaba que nunca sería posible construir un país con personas que sólo votarían si al otro día no tenían que levantarse a trabajar. Supuse que algunas personas no tienen conciencia sobre el verdadero resultado de sus actos o de sus omisiones.

Con el tiempo las palabras de esta persona han tomado forma. Detrás de ellas hay una queja contra el sistema democrático. ¿Para qué votar si al final todo va a ser igual?

Salvo en una ocasión que me encontraba en lugar distinto a donde tenía inscrita la cédula, en todas las oportunidades he ido a votar para configurar el poder ejecutivo en los distintos niveles. Pero al mismo tiempo, siempre había perdido. Es decir, la persona por la que había votado nunca ganaba. Pero así es el sistema democrático y  en esa forma de configuración del poder es preciso estar prestos a ganar y a perder.

Uno puede estar a favor o en contra de propuestas políticas y las urnas son el espacio democrático para expresar tales adhesiones o disensos. Si la mayoría apoya una propuesta política distinta a la mía, sólo me resta ejercer una oposición crítica desde el lugar en que esté y hacer uso de los instrumentos democráticos para manifestar mi descontento.

La última vez que fui a votar para el poder ejecutivo, lo hice por Gustavo Petro, porque consideraba que sus propuestas y su ejercicio como congresista lo acercaban más a mi propia idea de Estado que cualquiera de los otros candidatos. Porque representaba, además, un cambio en un sistema que ha privilegiado los intereses de unas pocas personas, en detrimento de la dignidad de otras y porque la defensa de la cosa pública representa para mí una idea fundamental de la existencia del Estado.

Ayer, 19 de marzo de 2014, el Presidente de la República decidió no acatar unas medidas cautelares que habían sido solicitadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y, en su lugar, ejecutó un fallo que bajo el proceso disciplinario escondió un enjuiciamiento político en contra del alcalde de Bogotá.

Ahora me pregunto ¿Para qué votar? Para qué si en la única oportunidad en que mis íntimas convicciones políticas han tenido la posibilidad de materializarse en políticas públicas, aquéllos que tienen una posición distinta no la soportan y destituyen a su ejecutor.

Estoy considerando, por primera vez, ejercer mi derecho político a no votar en las próximas elecciones para Presidente de la República. Ni siquiera el voto en blanco representaría una opción, en tanto que legitimaría cualquier resultado.

La abstención, como participación activa, ha sido reconocida por la propia Corte Constitucional como un derecho político. Pese a que en elecciones para Presidente de la República a la abstención activa no se le ha otorgado efectos jurídicos concretos, ¿en qué se diferenciaría ésto de haber votado?

Barcelona, 20 de marzo de 2014.

martes, 4 de marzo de 2014

Lo que hay del reguetón a la libertad del mercado

Algunos medios de comunicación en Colombia dieron cuenta hace unas semanas de un músico en Bogotá que interpuso una acción de tutela en contra del reguetón. Sin entrar en consideraciones jurídico-procesales de la acción de tutela, esa manifestación de rechazo en contra de un tipo de música resulta válida para hacer una reflexión sobre lo que subyace a esa queja de alguien que se dedica a producir una música “no comercial”, pero que también sería aquélla del escritor cuyo mérito no es reconocido por los compradores de libros, o el pintor que es excluido de las galerías, o el profesor poco valorado por los estudiantes… En fin se trata de la distribución de las recompensas que proporciona el mercado a algunas expresiones intelectuales o artísticas.


En el ensayo del reconocido filósofo Robert Nozick, Why do intellectuals oppose capitalism?, se alude a un argumento según el cual los intelectuales contemporáneos se sienten con derecho de recibir, por parte de la sociedad, un alto reconocimiento que se transforma en resentimiento contra el mercado cuando dicho reconocimiento no es recibido.


El capitalismo, explica Nozick en su ensayo, no satisface el principio de distribución según el cual “a cada quien de acuerdo con su mérito o valor”. Sostiene que el mercado recompensa a quienes satisfacen las demandas de las personas y, el tamaño de dicha recompensa depende de las cantidades demandadas y de la oferta alternativa.


La alta demanda de reguetón hace que los músicos dedicados a ese género encuentren en el mercado reconocimientos, pese a que su valor o mérito estético sea enjuiciado por ciertas personas que no encuentran en esa expresión musical una estética digna de reconocimiento y persigan una suerte de desincentivo por parte de las autoridades, como en el caso de las noticias, mediante una acción de tutela.


Pero esto mismo puede decirse de otras manifestaciones culturales. La tauromaquia, por ejemplo, también encuentra oposición en juicios éticos y morales por parte de personas que consideran que el trato cruel hacia un animal no puede ser permitido por las autoridades, aun cuando en algunas partes haya demanda por este espectáculo.


Las telenovelas o series con altos contenidos de violencia y que son juzgados por algunos como una apología a la delincuencia también son objeto de descalificación y no faltan las voces que llamen a una censura, pese a que los niveles de rating que tienen estos programas, informan sobre la alta demanda de los televidentes hacia este tipo de productos culturales.


La gran demanda de manufacturas baratas, a costa de la pauperización de los salarios y condiciones laborales de trabajadores en Asia o los productos agrícolas cuya producción subsidiada en Estados Unidos o Canadá compiten con los nuestros carentes de subsidios sí que satisfarían la lógica del capitalismo en los términos de Nozick, a pesar de que contra estas prácticas podamos elevar juicios éticos.


En el libro Economic Analysis and Moral Philosophy se hace referencia a un caso en el que confluyen razones de ética y eficiencia de mercado: Un Memorando elaborado por Lawrence Summers el 12 de diciembre de 1991, quien es ese momento era el director del Banco Mundial, básicamente argumentaba que las industrias sucias “dirty industries” deberían llevarse a los países en desarrollo porque:


a) El costo de la contaminación es medido a partir de las pérdidas de salarios derivadas de enfermedades y muertes provocadas por la toxicicidad de la producción, entonces las industrias sucias deberían localizarse en países con ingresos bajos;


b) Muchos países en desarrollo tienen muy bajos niveles de polución, en comparación con los países industrializados;


c) Hay menos demanda de aire limpio en los países en desarrollo.


Vale la pena preguntarse entonces si es deseable dejar al mercado las decisiones de consumo (demanda) sin que ellas atiendan también a un mérito ético o estético de los proveedores, sean estos cantantes, toreros, productores de televisión, o de textiles, o de celulares.


De ser deseable, entonces ¿cómo sería ello posible sin atentar contra la libertad que es uno de los principios sustanciales para la existencia de la instituciones humanas como el mercado o la democracia?




Referencias


Vínculos sobre la acción de tutela








En el siguiente enlace está el ensayo de Robert Nozick




En el siguiente enlace hay un paper sobre por qué el análisis de costo beneficio no es una brújula moral para el análisis de políticas medioambientales, en referencia al Memoradum de Summers

http://www.albany.edu/~jm887713/ENV_CBA%20copy.pdf