Por estos días América Latina enfrenta profundas convulsiones sociales. En Ecuador, Chile y Bolivia, por diversas razones, miles de personas han salido a las calles a manifestarse; muchos, incluso, de manera violenta causando graves daños a bienes públicos y privados. En Colombia, diversas organizaciones sociales convocaron a un paro cívico el próximo 21 de noviembre de 2019 y existe un fundado temor a que las experiencias vecinas que anteceden, se repitan con afectación de la infraestructura de transporte público en las principales ciudades del país.
Una mirada a los sesgos cognitivos -como se ha denominado de manera general, la toma de decisiones que, revisadas en frío, son irracionales- puede alertarnos sobre variables que pueden motivar dichos comportamientos violentos. Daniel Kahneman, laureado en el año 2002 con el que se conoce como el Premio Nobel de Economía por sus aportes desde la psicología a los fenómenos económicos, ha estudiado estos sesgos cognitivos y encontró que no es del todo cierto el presupuesto central en que descansa el mainstream de la teoría económica contemporánea: somos seres que actuamos racionalmente en el mercado.
Uno de esos sesgos cognitivos resulta de la aplicación de la tesis del error de Bernoulli, matemático holandés del siglo XVIII según la cual -de forma muy básica- la utilidad esperada no es absolutamente relevante para tomar decisiones en situaciones de incertidumbre. Lo decía Benoulli así: “no se medirá el riesgo de igual forma si el jugador es pobre y lo puede perder todo con la apuesta, que si el jugador es rico y sólo se juegue una pequeña parte de su patrimonio.”
Kahneman reformuló los experimentos para determinar que el punto de referencia (rico-pobre) es sólo una variable. A su juicio existen tres más: i) la valoración de las ganancias; ii) la valoración de las pérdidas iii) el valor absoluto de la probable ganancia o pérdida.
En suma, y según los resultados de las investigaciones de Kahneman, tendemos naturalmente a valorar mucho más las pérdidas que las ganancias. Esto tiene hondas connotaciones en el mercado, pero también en la política. Para reducir la cantidad de pérdida, estamos fuertemente dispuestos naturalmente a aumentar los riesgos, circunstancia que resulta absolutamente irracional.
Llevado esto al origen de estas reflexiones, si muchas personas no tienen nada o poco por perder, estarán fuertemente motivadas a arriesgarse a perder mucho.
En Chile, muchas críticas se dieron sobre la destrucción al metro de Santiago que es un patrimonio muy apreciado por sus ciudadanos. Pero la percepción sicológica de las pérdidas por su destrucción no son iguales a la percepción sicológica de la eventual ganancia que se pueda obtener.
En conclusión, y dado que quienes tienen poco por perder, estadísticamente tendrían mucho por ganar. Una probable reducción del riesgo de daños a la infraestructura pública estaría determinada por darles a los ciudadanos algo para perder, porque de acuerdo con las investigaciones de Kahneman, sentimos con mayor fuerza el dolor de la pérdida, que el placer de la ganancia.
Los gobiernos deberían dar algo para perder.
Bogotá, 11 de noviembre de 2019